La mente es prodigiosa. Y, aunque nadie logre utilizarla al 100%, simplemente con usarla ya se nos concede el poder. Las convicciones personales, sean del tipo que sean, son lo que realmente deberíamos llamar fe.
Según la RAE:
Fe1.
(Del lat. fides).
1. f. En la religión católica, primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia.
2. f. Conjunto de creencias de una religión.
3. f. Conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas.
4. f. Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo.
[…]
7. f. Seguridad, aseveración de que algo es cierto.
Las dos primeras entradas (incluso podríamos decir también la tercera) hacen referencia a la religión (conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto). Por tanto, dejan a la persona en un segundo plano y no nos interesan para este escrito.
Quedémonos con esta última entrada: la número 7 (mira por dónde…, uno de los números más presentes en la cultura mundial: días de la semana, colores del arco iris, pecados capitales, colinas de Roma, vidas del gato, sabios de Grecia, maravillas del mundo, cielos del Islam, las edades del hombre según Shakespeare…). “Seguridad, aseveración de que algo es cierto”; dicho de otra forma: el poder de la mente.
Últimamente se ha hablado mucho de la novela revelación del año: El silencio, de Gaspart Hernández. Según el texto de la contraportada, “ella es Umiko, una chica japonesa que da clases de meditación y cree en el poder de la curación espiritual. Está enferma de cáncer, y no duda ni un segundo en desafiar a la medicina convencional. Umiko ha pasado por un duro aprendizaje en un monasterio zen y está convencida de que si las emociones le han hecho enfermar, también la pueden curar. […]”
Bien es cierto que el pensamiento no puede curar por sí solo (jamás me atrevería a hacer tal afirmación), pero la verdad es que sí creo que juega un papel muy importante en la mejoría. Como dice El secreto, de Rhonda Byrne: todo se mueve por la ley de atracción. ¿Cuántos días nos hemos levantado con buen pie y las cosas han salido estupendamente o nos han piropeado por la calle? Y, al contrario; ¿cuántas veces no nos habríamos levantado de la cama por tener un mal día y encima luego resulta que parece que el cosmos ha conspirado para que todo nos saliera mal? Fácil: lo que sientes es lo que transmites.
Es importante ser positivo y convencerse de que todo es posible y de que todo problema tiene su solución. Los creyentes, pueden reforzar estos pensamientos venerando o adorando a su Dios (sea de la religión que sea); pero los ateos o incluso agnósticos deben centrarse en algo que, personalmente, creo que es más importante: uno mismo. Tomarse unos minutos al día para meditar, reflexionar y ser conscientes de nuestra existencia nos proporcionará un mayor conocimiento y seguridad en nosotros mismos. La sabiduría personal aparta el temor y fortalece el poder mental para afrontar no sólo situaciones banales que a priori pueden parecer trascendentales, sino también experiencias curativas o de mejoría.
Las flores de Bach, por ejemplo, “son una serie de esencias naturales utilizadas para tratar diversas situaciones emocionales, como miedos, soledad, desesperación, estrés, depresión y obsesiones. […] Su teoría era que las enfermedades físicas tienen un origen emocional, y que si los conflictos emocionales subsisten por mucho tiempo, la enfermedad del cuerpo empieza a aparecer. Sin embargo, al restaurar el equilibrio emocional se resuelve la enfermedad física” (ver http://www.floresdebach.info/ para más información).
Es posible que estas esencias no hagan nada por sí solas, es verdad; pero si la persona que las toma realmente cree que le ayudarán, sin duda alguna le ayudan. Y lo mismo podríamos trasladar a los tratamientos médicos “convencionales”: si se tiene fe en ese procedimiento o tratamiento, seguro que funcionará. Así pues, lo más importante (siempre y para cualquier situación) es pensar que eso va a ir bien, y… desgraciadamente para Murphy, ni la más retorcida ley podrá ganar a la convicción mental.
El pulso está servido.